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Mostrando entradas de diciembre, 2011

El espectador

En el espectador me gustaría detenerme ahora, en el que se coloca frente a la obra. Antes de que se me olvide, quiero dar un consejo a todo el que visita una galería o una exposición de un pintor vivo: nunca hay que hacer un comentario peyorativo, sobre todo el día de la inauguración. El momento más vulnerable de un pintor es precisamente ese. Aunque el artista parezca como ido, hablando con uno y con otro con una sonrisa cansada, os aseguro que no pierde detalle de cada uno de los que están frente a sus cuadros; menos detectaría un satélite militar americano. Una risa, unas palabras irónicas ante un cuadro, le hieren al artista de la misma manera que a la chica que en una fiesta se percata de las burlas que provoca su vestido. Y no es justo herir al que da, aunque lo que dé resulte mediocre. ¿El arte es para el público, o el público es para el arte? Ante todo, el público es necesario, porque se ha de comunicar a alguien, por lo menos a uno. Intentaré detenerme en esto más adelante, po

Un paisaje

XXI Me siento en mi sillita plegable a pintar un pequeño paisaje. Hay que salir del estudio para mirar la realidad. El mundo real, como la vida, supera con creces la ficción. La imaginación necesita a la realidad para desarrollarse; es la masa de la pizza, aunque pintes abstracción. El sitio donde me siento no lo he escogido al azar, me estaba esperando desde que lo vi en aquel paseo… Por un lado, soy un afortunado por mi trabajo y los demás me lo recuerdan con sus comentarios; pero el trabajo de pintor también es duro, como todos. Ya está, he comprobado que me he traído hasta el trapo que se me olvidó la última vez. Miro al frente, valoro sin pintar, los colores, tonos, la luz…; pienso en la composición, en cómo situar los elementos en la pequeña tablita preparada con un color base: sobre el blanco no puedo pintar. Para un pintor el blanco es una luz alógena a dos centímetros de los ojos. Este momento previo es muy importante, se entabla un diálogo interno; hay pintores que, sin darse

Casi sin darme cuenta

XX Casi sin darme cuenta acabé la Carrera, como el amanecer de un día de verano. Amigos que no volvería a ver más y el adiós implacable de los años de una camaradería accidental; me consideraba amigo de todos, no sólo de los pocos que aún sigo manteniendo contacto. Para sentir la compañía, es necesario experimentar la soledad del estudio. Me parece que cierta hipocondría es necesaria para los artistas. Para crear se requiere soledad. La soledad del estudio es reflejo de la soledad de Dios creador antes de pensar en la existencia del universo. Frente a mi caballete, terminada la Carrera, cuántas veces me he planteado cuál es la función de la Pintura ¿qué estoy haciendo y porqué lo hago? Cuando corres con más gente, no te planteas por qué corres; en lugar de pensar, hablas con los demás. Si corres solo, tienes que tener sólidas razones para hacerlo. Hace unos meses recibí un regalo inesperado. Un libro. Se titulaba simplemente “¿Qué es el arte?”. Su autor: un viejo gruñón que murió solo

La Facultad de Bellas Artes

XIX En los años que estuve en la facultad de Sevilla, a finales de los 80, existía una continua disputa entre los alumnos sobre la elección de un lenguaje abstracto y el más puro realismo. A medida que avanzaban los cursos, entendíamos que entre el blanco y el negro existe una gama de grises: la elección no era tan drástica, y con suavidad, cada uno iba construyendo su propio idioma plástico. La Historia del Arte posee su particular “ley del péndulo”: lo nuevo nace y lo antiguo lo tacha de reaccionario, lo nuevo se va imponiendo hasta superar a lo antiguo y desde su pedestal se venga de lo antiguo tachándolo de trasnochado. Pero lo nuevo olvida que el tiempo lo transformará en el siguiente antiguo. ¡Qué estúpidas me resultan las luchas entre abstracción y figuración! ¿Por qué hay que encerrar la Pintura en moldes? Que cada uno se exprese libremente como quiera; eso sí, pero que luego el artista, que ha hecho uso de su libertad de expresión, no pretenda arrancarle la libre opinión al e

Llegar a este punto

Llegar a este punto, tiene cierto mérito, porque yo mismo al releer me doy cuenta de lo que cansan, en ciertos momentos, este tipo de escritos. No me gustan los ensayos, lo reconozco, pero algo parecido es lo que me ha salido. Por ahora, ya basta. Ahora te contaré algo de lo que hice en mi último curso de la Carrera… Desde hacía tres años, creo, existían unas becas que ofrecía la Universidad de Sevilla para estudiar en otras Universidades europeas. Era la beca Erasmus, que, en aquel momento, no eran económicamente tan exiguas como después. Me encantó la idea de viajar a otro país y conocer lo que se hacía en las facultades de allí. Descarté Alemania, por el idioma, Italia, porque ya había estado y me concentré en Inglaterra: de ahí escogí la más al sur por el clima y la más próxima a la capital, a Londres; después de todo este proceso, la facultad ganadora fue: ¡Winchester! Sí…, tenía fuerza, era un nombre de rifle, de lejano Oeste, de catedral gótica. Pero para que te diesen la beca e

Un estudio propio

XVII Procuraba trabajar en un estudio propio, apartado de mi casa, desde que estuve en el 2º curso de la Carrera. Es algo que siempre he tenido claro: por tu propia salud mental y física. El hecho de separar los dos ambientes —el del trabajo y el del hogar— te obliga a ajustarte a un horario de “entrada y salida” con el lógico orden que esto aporta a la jornada: los artistas necesitamos regular los hábitos de vida, creo que más que los demás, por nuestra tendencia a dejarnos absorber por la tarea de una manera obsesiva. A veces ocurre que cuando trabajas, los parámetros tiempo-espacio desaparecen. Antes me refería a cuidar la salud mental y física, no sólo porque el caos vital puede conducirte a obsesiones si no te separas de tu obra, sino porque ya tienes bastante con el tiempo de trabajo en el estudio, como para seguir sometido a los vapores del aguarrás en tu propia casa. Algunos colegas defienden la idea romántica de trabajar cuando venga la inspiración, y su vida es la anarquía. T

Es verano

XVI Es verano. Estoy en la playa a primera hora. Aún no han bajado las sombrillas, ni las neveras, ni los olores a bronceador de coco. Ha sido una noche calurosa. Me acerco al mar; me dejo hipnotizar por la línea del horizonte. Sí, ya sé que no es una línea, aunque lo parezca; que son dos colores superpuestos. La brisa fresca hace flamear la camiseta, que me queda un poco ancha. No me muevo. Si acaso, me balanceo con el viento. Cierro los ojos. Me asombro de la constancia de esta brisa que en ningún momento flaquea. La tenacidad, la perseverancia, es esto.

El examen de ingreso

XV Aprobé el examen de ingreso y me fui a pasar un día de excursión a la playa con unos amigos. Se me ocurrió que podíamos ir donde mi familia y yo solíamos pasar las vacaciones algunos años atrás. Después de comer, ya había bajado la marea y me acerqué a las rocas que el mar, en su retirada, había dejado al descubierto. En una pequeña charca, los camarones, esas gambas en miniatura, aprovechaban para investigar en la quietud de las aguas. Me asomé e instintivamente metí la mano para atrapar alguno. En el delicado proceso de la captura, Miguel —un amigo que estaba terminando la carrera de Medicina— se puso a mi lado. La operación no era nada fácil pues requería la técnica del acorralamiento escalonado: subes lentamente la mano desde el fondo hacia la superficie y todo esto sin que se dé cuenta la presunta víctima. Llevábamos un buen rato cuando alcé la cara hacia donde se encontraba Miguel. Nuestras miradas se cruzaron un instante y, en ese momento, pude comprobar que no dirigía sus oj

La mejor música

XIV La mejor música que he escuchado jamás se la debo al mirlo de las seis de la mañana, cuando abro la ventana del cuarto de baño mientras me afeito. Es el heraldo de otra primavera. Ese mirlo es un solista que cuenta, en la madrugada, con el auditorio más silencioso y los espectadores más atentos. Y él lo sabe. Por eso canta así.

Dejé atrás el Bachillerato

Dejé atrás el Bachillerato y me lancé a estudiar la carrera de Bellas Artes. Ahora que echo una mirada hacía atrás, no sé si fue una elección de gran audacia o de insensatez en estado puro. En otra época, si uno quería ser pintor, asistía de aprendiz al estudio de un profesional curtido que poco a poco te transmitía sus experiencias, su oficio. Lo que hice yo y generaciones de alumnos no tenía sentido: existía demasiada ruptura entre el Bachillerato y la carrera de Bellas Artes. Para poder estudiar en la Facultad, era necesario aprobar un examen de ingreso. Consistía en un dibujo a carboncillo de una estatua clásica de cuerpo entero y una prueba de modelado en barro. Para el ejercicio de dibujo debías saber que existían unas normas de ejecución concretas porque si no, lo llevabas claro; sobre todo eran cuestiones de proporción y composición. En una vista previa, lo que más tenían en cuenta los examinadores era que el dibujo tuviera las mismas distancias entre los márgenes del papel. E

Una habitación vacía

XII Una habitación vacía, casi no hay muebles, paredes lisas. Es tarde, el sol se pondrá en breve. La estación del año no importa demasiado. Sonidos lejanos de niños que juegan es la banda sonora. El sol que se cuela a través de las ramas de los árboles de la calle. En las paredes veo tres manchas de luz; en el interior de esas manchas hay sombras chinescas que dibujan las siluetas de las hojas del árbol; se mueven con la leve brisa de la calle. Sinceramente, no encuentro un símbolo más preciso para expresar la Paz.

Me puse a pintar

XI Me puse a pintar, como dije antes, paisajes en pequeños lienzos. Me avergüenza decir que eran copias de paisajes holandeses, aunque me consuela que también los grandes pintores han copiado a los maestros. Y aprendí de los holandeses. Un amigo mío, mayor que yo, me propuso vender los cuadritos a alguna tienda que pudiera estar interesada. La propuesta me pareció fenomenal: nunca viene mal cierta independencia económica de tus padres. Así que me presenté en casa de Ángel —mi amigo— con una gran caja de las pequeñas tablas pintadas colocadas estratégicamente porque algunas estaban aún con el óleo fresco. Luego he comprobado que este fenómeno: trasladar cuadros sin que se hayan secado del todo por culpa de las prisas, se repite mucho en la trayectoria de cualquier artista: salvando las distancias, es como sacar de paseo al parque a un bebé de pocas horas. Mi amigo, mi ilusión y mis cuadros en un autobús de línea en busca de la fama y la gloría. ¡Qué chasco! íbamos de tienda en tienda re

Nubes de mar

Cuando me dirigía al estudio esta mañana, el cielo estaba colmado de nubes de mar; son nubes bajas que se desplazan inquietas; realzan los demás colores con su tono gris. Las nubes de mar saben a sal. Son tan tupidas que transforman las antenas de los edificios en mástiles de barcos; con ellas, la ropa se nos pega a la piel. Cuando pienso en la pérdida personal que supone acostumbrarse a lo cotidiano, me pasmo. Es verdad que nuestra capacidad de asombro necesita sus descansos porque somos limitados, pero me refiero ahora a la esclavitud de la rutina en la que muchos andan atrapados y que nos amenaza a todos. No es necesaria una fuerte experiencia como la de Robinson Crussoe para liberarse de estas cadenas, tan sólo se requiere una purificación de los sentidos; no estoy hablando de alcanzar el Nirvana; hablo de purificar porque hay que admitir la contaminación a la que están expuestos hoy la vista, el oído, el tacto, el olfato y el gusto. Nuestro espíritu accede al arte a través de ello

Mi amigo César

IX Mi amigo César me contó, en el camino de vuelta del colegio, un cuento —cien por cien oriental— que le había contado a su vez su profesor particular de dibujo: a un pintor japonés le habían hecho un encargo de una vista concreta de una playa a la caída del sol. El artista iba todos los días, se sentaba en el mismo sitio y a la misma hora y, simplemente contemplaba sin pintar. El comprador, al cabo de cierto tiempo le preguntó si ya lo había terminado a lo que el pintor le contestó que no, y que ni siquiera lo había empezado. Con reiteradas muestras de insistencia aquel señor perdía la paciencia ¡él quería ya su cuadro! Cuando pasó un año sin que fallara un día a su cita contemplativa, —un año contemplando el ocaso en aquella playa—, en una sola jornada y en la soledad de su estudio, el artista pintó de memoria y a ritmo febril aquel paisaje único. Yo me preguntaba —y no lo hacía por ridiculizar el cuento—, de qué viviría el japonés si pintaba un cuadro al año. También cabía la posib

La Pintura ha muerto

VIII “La pintura ha muerto” le decían a un amigo mío en una facultad de Bellas Artes en Francia. Es la famosa frase—plantilla de Nietzche (donde ponga Dios poner x). Es curioso comprobar que siempre que el hombre, a lo largo de la Historia, se sienta en el trono de Dios, en lugar de otorgar vida se dedica a dar muerte. ”La pintura ha muerto” le decían mientras él, mi amigo, se costeaba los estudios con la venta de sus cuadros. De nuevo, la Teoría se desmarca de la Realidad en caminos divergentes. La pintura nunca ha muerto, ni morirá: es inmortal ¿no lo veis? La pintura no morirá mientras haya gente que haga graffitis y dibuje con el dedo en la arena de la playa. Mientras haya paredes habrá graffitis y mientras haya arena en las playas habrá dibujos; mientras haya vaho en los cristales y exista el barro fresco... Mientras veas figuras en los desconchones de las paredes o en las baldosas del suelo de tu casa. Volví a retomar la pintura gracias a los ánimos de mis padres y al remordimien

Opté por hacer maquetas

VII Opté por hacer maquetas de vehículos militares y aviones, después de este acercamiento a la pintura, de esas que vendían por piezas para ser ensambladas. Me apasionaba construir una realidad exacta en miniatura. Una vez acabadas, las colocaba en dioramas; y pintaba soldados y carros de combate como me imaginaba que estarían en, por ejemplo, el frente de Stalingrado durante la II Guerra Mundial. Hoy, casi me dan náuseas al pensar cómo podía representar escenas de uno de los episodios más tristes de la Historia de los hombres. Pero no quiero desviarme; me gustaba hacer maquetas y me faltaba el tiempo que, a veces, le robaba al sueño. Es lógico que el primer paso de los artistas en su camino creativo, sea intentar expresar la fría realidad; es algo así como ser una fotocopiadora. Es más que lógico: es un hecho empírico. Para Platón, eso era justamente lo que hacían los artistas, no sólo al inicio de su carrera sino a lo largo de toda su vida profesional. Por eso para él, consecuente c

Una gota de tinta china

VI Me emocioné con una gota de tinta china, que al soplarla con un tubito la conducía a través del papel. La tinta obedecía más o menos al chorro de aire, pero, a veces, se rebelaba por culpa de las ondulaciones del papel. Cuando soplaba de golpe, se partía en decenas de nuevas gotas y así hasta que el papel absorbía toda la tinta y no quedaba nada que soplar. El resultado me sugirió la silueta de un árbol seco, lleno de ramas sin hojas. No tuve más remedio que titularlo “soledad”. Le enseñé mi cuaderno de dibujos a un crítico de arte, amigo de mi padre, que había venido a casa de visita. Iba ojeando las hojas con una amable sonrisa: el presunto dibujo calcado y compañeros mártires, algunos con sombras, otros con líneas... En el transcurso, me acordé de que al final del cuaderno se hallaba la “soledad” y empecé a angustiarme con la idea del encuentro. Pero lo que puede pasar, pasa; y se tropezó de lleno con la silueta negra. Enseguida me justifiqué, pero él —en contra de lo que esperab

Unas Navidades

V Unas Navidades, los Reyes Magos me regalaron un maletín de pinturas al óleo, con pinceles y una tabla entelada para pintar. Lo acogí con muchísima ilusión y esa misma tarde ya estaba liado con los colores, la paleta, el aguarrás... Empecé a pintar un paisaje de una postal y el resultado fue muy pobre. No sabía esperar y todo se me volvió gris verdoso. El gris verdoso es bonito si le cortejan otros colores, pero por sí mismo es un indigente. Para tranquilizar mi conciencia me consolaba a mí mismo diciéndome que aún estaba en la mancha, aunque lo cierto era que, aquella tabla, era un lodazal, y lo aparqué. Los humanos necesitamos las excusas para esconder nuestras frustraciones y congelarlas en respuestas automáticas ante los demás. No hablo de autoengañarse, porque pienso que llegar a eso de manera radical es difícil; lo que falta es humildad y no admitir que somos limitados. Esta situación puede durar indefinidamente hasta que llega uno y te desenchufa el frigorífico. Y justo esto es