"El Canuto"

III



El Canuto, mi profesor de matemáticas, nos tenía manía a todos los Valdés. Como herencia, en cada comienzo de curso escolar, el hermano menor recibía del mayor dos cosas: unos libros trillados y la manía del Canuto. Le llamaban así todas las promociones de alumnos porque tenía un gran apéndice nasal; era un mote original porque lo lógico hubiera sido llamarle "el pez espada" o algo por el estilo.
El Canuto tenía un seiscientos de color verde botella que cuidaba con esmero. Se rumoreaba que dedicaba la mañana completa de los sábados a limpiarlo a fondo. Tenía muchos enemigos, y su seita ya se había ganado algún que otro pinchazo casual. La gente daba donde más dolía. A mi clase, además de matemáticas, nos impartía la asignatura de dibujo artístico, quizá fuera porque a la hora de repartirse las asignaturas en el claustro de profesores, destacó su pasión por el bricolage, yo no le encuentro otra explicación. En una ocasión durante una de estas clases de dibujo, nos pidió que copiásemos unas láminas a lápiz de un tal Emilio Freixas. Cuando acabé mi dibujo, al entregárselo, me echó una mirada inquisitoria mientras bramaba: “¡esto lo has calcado!”. Prometo que a día de hoy sigo sin comprender este asunto. Para don Manuel, su verdadero nombre, los alumnos éramos delincuentes. Algo le debió ocurrir en el pasado porque su actitud no era normal; era como un guardia civil de tráfico para el que todo conductor, por el hecho de serlo, es infractor de las normas de circulación.
— “¡Esto lo has calcado!”, insistía. Y para comprobarlo juntó mi dibujo con el original para mirarlos al trasluz. Efectivamente, original y copia coincidían perfectamente en ambas narices y el resto más o menos. Como el Canuto insistía y no salía de la igualdad de las narices, argumento determinante que no soltaba, no sirvieron para nada mis ruegos y lloros y me suspendió.
A veces, en la biografia de algunas personas, un pretexto nimio se convierte en el detonante para resarcirse de una historia cosida con rencores. En esas situaciones, para personas como el Canuto, después del placer de la venganza, se abre paso no ya a un sentimiento, sino a un rasgo sedimentado del carácter: la acritud. Pienso que en el fondo, el que padece esto, actúa de esta manera porque reflexiona muy poco sobre los acontecimientos de su propia vida; la falta de reflexión es sin duda una de las pandemias de nuestro tiempo.

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